En nuestra negación de lo que realmente somos, vivimos en la ilusión de que el poder que tenemos para implantar una nueva forma de vivir, está basado en la lucha y en encontrar la forma de, en nuestra realidad exterior, ponerlo todo patas arriba.
Son muchos los movimientos que, actualmente, están enzarzados en una lucha, en muchas ocasiones agotadora, por obtener un mundo más justo, más humano, etc.
Por mucho que estas luchas se basen en motivos encomiables, en general, son una forma de actuar que tiene mucho que ver con empezar la casa por el tejado y que, aunque pudiera parecer al contrario, apoyan con nuestra oposición a aquello que tanto rechazamos.
Una sociedad es una estructura formada por individuos, y cuando sus integrantes están básicamente enfermos, es imposible que el resultado sea una sociedad sana. Es por eso que, el único medio de cambiar desde la raíz y de forma sólida, es llevando a cabo una revolución individual de cada uno de los miembros.
Es esencial, más que una lucha en contra de lo que no consideramos adecuado, una mirada sincera en el espejo, que consiga sacar a la luz aquello que hay en dentro de mí que tiene que ver con la discordia que juzgo afuera. Porque por mucho que nos cueste creerlo, no hay nada separado de mi, todo lo que ocurre en el exterior, es siempre, un reflejo de lo que sucede en el interior.
Es quizá un camino, un poco más molesto, ya que el descubrimiento de esa imperfección en mi es menos cómodo que verlo fuera. Sin embargo, una vez pasado el fastidio de los juicios absurdos y sin sentido de nuestra mente, el vivir se hace mucho más gozoso y, consecuentemente, el aporte a la sociedad mucho más honesto y fructífero.
El ofrecer el cambio desde el interior nos otorga un poder que nos está negado cuando actuamos como víctimas que luchan contra sus supuestos opresores. Es, ante todo, un enorme ahorro de energía vital y un camino mucho más corto hacía el mundo nuevo que todos estamos deseando que sea instaurado.
Como dijo Michael Jackson,